Un hijo.
Un hijo que no vele sombras bajo mi puño.
Que no tenga necesariamente razones
para estrenar el día.
Un hijo que suene mortal como aguacero.
Que crezca fogata, alerta y que me queme.
Un hijo que recorra las horas del hemisferio.
Que cierre la ventana
y abra el café con toda su verdad.
Que pase junto a mí
tan sólo para saber de su destino.
Un hijo que me busque a las diez
para contarme cómo es la lluvia
desde su atalaya.
Gustavo Ruiz Pascacio (de
Escenarios y destinos, CONECULTA, 2008)
3 comentarios:
jajajajajá
qué bonito poema, porqué se ríen... pinches anónimos imbéciles.
Ah, los ímpetus de la juventud.
Un saludo.
Y el poema no es malo, por cierto.
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