Me dan risa las mujeres que “se mueren” por mí,
también las que prometen
acompañarme en mi vejez.
Me dan risa los amores-de-mi-vida,
las señoras-de-mi-alma.
Me da risa el eco idiota del amor
que se trunca aquí, ahora,
allá, entonces.
Y escribo porque yo no puedo separarme
de este hábito inútil de contarme cosas
y contarme entre ellas,
de culpar y perdonar
y llorar y llorar
en pleno ejercicio
de autocomparación.